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Goza de fama por las guitarras. Unas 40 familias de este pueblo azuayo subsisten de la fabricación del instrumento musical. Escondidos en casas con paredes de barro y pilares de madera, decenas de hombres de piel curtida permanecen cabizbajos, concentrados en el movimiento artístico de sus manos. Lentamente, con una técnica heredada de sus ancestros, los habitantes de San Bartolomé, parroquia rural de Sígsig, dan forma a llamativas guitarras.

Casi nadie sabe desde qué época surgió la técnica, pero todos conocen que su comunidad, rodeada de grandes montañas de la cordillera oriental de los Andes, es cuna de hábiles artesanos que fabrican guitarras “que lloran y hacen llorar”. En la zona se asentaron los Cañaris, de quienes los estudiosos creen que se heredó la tradición de elaborar instrumentos musicales.
Las mismas casas de habitación hacen de talleres. En algunos casos, la cocina queda junto a la máquina cepilladora. Los pilares de la vivienda sirven de improvisadas vitrinas. A la vera del camino, los letreros anuncian: “Se venden guitarras, charangos”. En el centro parroquial y los barrios, al menos 40 familias se dedican a la actividad.

José Homero Ullaguari es uno de los guitarreros. Sus vecinos dicen que “es el más nombrado”. Él refiere que lo conocen mucho porque tiene paciencia para explicar el proceso de elaboración de una guitarra. En su casa-taller recibe todos los martes, viernes y domingo a decenas de turistas, especialmente extranjeros que acuden al barrio Sigsiliano, de San Sebastián, guiados por los operadores de Cuenca. Algunos compran el instrumento como un recuerdo.

Ullaguari lleva 18 años en la profesión, la que aprendió de su padre. Sus ocho hijos heredaron el arte, pero dos dejaron la zona hace dos años, “porque en los últimos tiempos disminuyeron los pedidos por la entrada de instrumentos de Perú, Brasil, Argentina y otros países. La madera y el acabado artesanal, son las virtudes que Ullaguari cita de las guitarras de San Bartolomé. “Muchas de las que traen de fuera son de aglomerados o tríplex”. Se trabaja con capulí, nogal, aliso, cedro y pino, palo de rosa, clavellín, ébano y otras maderas reconocidas por su dureza, que deben tener entre dos y ocho años de secado. La madera da el precio, una guitarra de cedro cuesta 40 dólares, pero la de palo de rosa, 500. Cada fase demanda periodos entre uno y tres días. José labora hasta 12 horas diarias para en dos semanas concluir cuatro guitarras. El acabado toma tres días y en esta labor se imprime lo que podría decirse el sello de calidad y experiencia del artesano.
Las guitarras de San Bartolomé cuestan 40 dólares, las trabajadas con madera de cedro; 120, las de madera de capulí, nogal o aliso. Una de palo de rosa o pino importado vale 500 dólares. Estos precios de taller se mantienen en la feria de Cuenca, en el mercado artesanal, siempre y cuando se las adquiera de los artesanos.

La visita a la iglesia central no se pudo hacer ya que estaba cerrada.